Anoche, antes del segundo gol de River,
fui a la cocina a buscar agua. Mi mamá levanta los brazos y dice, "¡wooow! ¡no te puedo creer! ¡gol!". Me dio un poco de cosa. Es como
toda esa gente que mira fútbol solo en los mundiales o, en su
defecto, partidos, supuestamente importantes como el River-Boca. No sé, no
comprendo. Pero esto no es lo importante, aunque tiene que ver con
esta entrada.
Cuando estoy regresando a mi cuarto, mi
madre me detiene y dice que le gustaría que la acompañe a un lugar.
Yo, aunque sabía por dónde venía la mano, decidí preguntar dónde
y por qué. -A San Expedito, -me dice. -No, mirá, esas son cosas
tuyas, -le digo. -Tenés que venir, Gonzalo, -sentenció. Y volví a
la habitación con este conjunto de pensamientos y sensaciones que
comentaré a continuación.
Primero tuve bronca: bronca con mi
madre, por ser absurda. ¿Dónde está la lógica en esto? ¿El poder
de su oración contactó con San Expedito, quien, en un acto de
intercambio sagrado con ella, me dio, a cambio de que vaya a visitar
su iglesia, un empleo? Pecaré de ateo inconformista pero, en ese
caso, pregunto, ¿por qué no me consiguió un empleo mejor? Al
menos, uno que tenga que ver con mi carrera.
No pretendo reírme de su fe. En
absoluto. Es más, agradezco que, desde donde está y con lo que puede, intenta... no sé... algo. Tengo bronca porque, para ella, tiene más valor su oración
que mi esfuerzo. Le resta crédito a su propio hijo. ¿Acaso es más
poderosa su oración que mi preocupación a la hora de armar un CV,
de enviarlo, y de asistir a las entrevistas? ¿Es el santo quien
elaboró un plan de búsqueda laboral, los discursos, la manera de
hablar, de vestirme, para así, conseguir el empleo?
Y, hoy por hoy, ¿es el santo el que me
mantiene trabajando? No es el santo, ni la oración de mi madre. Es
mi esfuerzo, es mi preocupación.
Claro, además agregaré que el empleo
no es ideal. No puedo considerarlo un éxito profesional: estoy en lo
más bajo de la pirámide de la empresa. Es un trabajo nocturno que te agota física como mentalmente. El área en la que trabajo
es considerada una basura para las demás áreas, y no hay
posibilidad de desarrollo profesional. El sueldo no es el que me
dijeron que iba a ser, la obra social no es la que me dijeron que
sería y, el trabajo en sí, no es el que me dijeron que era. Estoy
estancado en un trabajo que no me hace feliz, que no me asegura
futuro y del que, puedo decir tranquilamente, no me siento capacitado
para hacerlo bien (no me considero un buen empleado). Y, después, está
el tema archi conocido por mis lectores: aún estoy por consultora,
no me efectivizan y sigo cubriendo vacaciones. Nadie me dice si voy a
seguir trabajando o si me van a despedir. ¡Ni siquiera San Expedito!
Ya me veo visitando su iglesia el
feriado. ¿A vos te parece pasar un feriado con tu mamá, en la
iglesia? ¡Por favor!
Así que, así es.
Ustedes, ¿qué piensan del poder de la oración?
¡No se olviden de comentar y compartir el BLOG con sus intimidades!
Saludos,
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