Una de las cosas que siempre me
asombran, son los empleados apasionados por su mísero y rutinario
trabajo. No son bomberos voluntarios, no arriesgan su vida queriendo
hundir un barco ballenero en Japón, ni llevando adelante un comedor
solidario. Pero ahí están: los ves y parecen legionarios
conquistando el mundo por y para Roma.
¿Nunca se preguntaron por qué una
persona puede tomarse tan seriamente un empleo tan absurdo como, en
este caso, el de contar productos? ¿Hay que tomarse en serio el
trabajo, simplemente porque es trabajo? ¿No somos más importantes
nosotros, nuestra felicidad, nuestro compromiso ideológico, o
nuestra visión y misión, que un empleo basura?
Llego al punto de reunión, donde nos
pasan a buscar para ir a trabajar y, ahí están los empleados
hablando sobre el trabajo: para bien o para mal. Ese es el mundo que
conocen, el mundo al que están limitados. El mundo de contar base
por altura a grandes velocidades, el mundo de los estúpidos
supervisores de tiendas sucias, etc...
Y yo estoy entrando por ese fino
conducto, muy de a poco, pero entrando. Mi vida se reduce a trabajar
8 horas nocturnas, dormir entre 8 y 12 horas, y luego, volver a
trabajar. Conduce a la locura o al adoctrinamiento. Es un pecado a la
libertad creativa, al razonamiento. Es un sacrilegio a mis años de
estudio y capacitación. Es mear sobre el tiempo y el dinero
invertido, es cagarte en tus discursos, en tu familia, en tus
amigos y en tus pasiones.
Mi jefe tiene 33 años y vive con la
madre y su esposa. Tiene este empleo desde hace 10 años, hace 5 es
jefe de equipo de inventarios. Se cree que las sabe todas, que es el
mejor. Que nadie es como él, sin embargo, quiere que todos sean él, trabajen como él, se vistan como él. O, al menos le festejen los chistes y le chupen las medias. Pero es un pobre tipo reducido a un empleo nocturno e
insignificante, donde uno es fácilmente amaestrado, atraído por un
sueldo “¿digno?”, revolviendo la mierda de rata de las tiendas
para contar productos. Contar productos, de eso se trata. Nos pagan
para contar productos. Ese es nuestro legado, nuestro mensaje al
mundo: “Gonzalo el ex productor y realizador televisivo cuenta
productos para sobrevivir, por un período de tres meses, con
posibilidades de efectivización”.
Estas personas, ¿no quieren algo más?
¿Yo no quiero algo más? Mientras me preparo para ir a trabajar, me
pregunto cómo podemos salir, arrancarnos de esta esclavitud mental,
para, al fin, progresar en lo que nos apasione.
Ayer, mi jefe temporario (porque, según
parece este trabajo es de cubridor de vacaciones y no más) dijo de
un supervisor que se queja del trabajo: que se joda, si no le gusta
el trabajo, hubiera estudiado.
Y yo me veía ahí, encerrado,
destinado a la esclavitud creativa, aprendiendo a ignorar la tormenta
existencial, sentado en el confortable sillón que es haber logrado,
al menos por tres meses, lo que se supone correcto. Y aclaro, para el lector mala leche o para quien no comprenda el contexto: yo no soy mejor que ellos, tampoco.
Perdonen que estoy publicando menos pero no me dan los tiempos. No me queda otra que aguantar en el trabajo e intentar dormir menos para así, poder hacer mis cosas, las verdaderas cosas.
Saludos,
Cuantas veces me dijeron el "hubieses estudiado". Y yo sacaba pecho y decía: Pero yo estudié, soy tal cosa, tengo tal título... Pero después me daba cuenta que ahí no valía nada el título. Eramos todos lo mismo, salvo claro, el jefe, un cuarentón con toda la plata, que vive con la mamá, que escribía Havanico en vez de abanico, entre muchísimos otros ejemplos.
ResponderEliminarTerrible! Has descripto con exactitud a esos seres de los que, creo, todos tenemos alguna anécdota.
Eliminar¡Genial lo de "havanico"!
¡Un abrazo, gracias por leer y comentar!